El mito del significado es estupendo. Nos ponemos quineanos y, por paradoja, los significados se convierten en personajes de un auto sacramental, bulto y figura. Ya no son significados, empero, y su significado digamos que literario converge con una colección infinita y raramente coherente de otros fantasmas que evocan a nombres perdidos en el manual de filosofía. Pero ahora los significados se han sustituido por estatuas de piedra dotadas de una cierta capacidad ambulatoria -el recurso dramático es conocido- que vuelven de su infierno semántico para decir que ni somos ni significamos nada. Y es paradójico que para tan poca cosa se tomen tanta molestia.
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