Entre los planteamientos más absurdos de los registrados se encuentra el de "¿Cómo de probable o improbable es, o ha sido, mi vida?" Dada la vida, o lo que llevamos de ella, la cuestión ni es lícito plantearla.
Sin embargo, tomado cada relato en sí mismo, la serie de causas y consecuencias, con sus tenues y nunca extricados laberintos, pueden ser capaces de hacernos olvidar que podían haber sido muchos y muchos otros los hechos de nuestra vida (de la vida de ese otro) en concelebración de nuestra insignificancia habitual.
Así, el que quiere destacar la improbabilidad de una historia cree que con consignar todas las posibles, le basta para destacar aquélla, olvidando de paso que esa historia ha sucedido. El expediente suele aplicarse al universo mundo y, como es sabido, el rebote lo que hace es pasar a hablar de múltiples historias y universos.
Sin embargo, y como también es sabido, el intento era el de añadir otro protagonista a la historia, protagonista del que ya se ha dicho casi todo, que se entretiene con estas cosas por bueno o por malo, que nos crea o que nos crea a nosotros y a otros muchos muchos con sus muchos muchos universos. Que se aburre. O que antes de crearnos no tenía tiempo para aburrirse.
Naturalmente, existe también la tentación de descubrir en nuestras pequeñas contingencias su mirada atenta y su cuidado, lo que nos excusa de esta humildad de la contingencia y nos ahorra de paso toda la teoría de las probabilidades. Y más, lo malo del principio antrópico y sus amenas variantes es que nuestra soberbia nos llega para comentar: “que esto es así, ya lo sabía yo con sólo ver lo que ha sido mi vida”, comentario que, bien mirado, refuta el principio y todos sus corolarios adventicios.
Sin embargo, tomado cada relato en sí mismo, la serie de causas y consecuencias, con sus tenues y nunca extricados laberintos, pueden ser capaces de hacernos olvidar que podían haber sido muchos y muchos otros los hechos de nuestra vida (de la vida de ese otro) en concelebración de nuestra insignificancia habitual.
Así, el que quiere destacar la improbabilidad de una historia cree que con consignar todas las posibles, le basta para destacar aquélla, olvidando de paso que esa historia ha sucedido. El expediente suele aplicarse al universo mundo y, como es sabido, el rebote lo que hace es pasar a hablar de múltiples historias y universos.
Sin embargo, y como también es sabido, el intento era el de añadir otro protagonista a la historia, protagonista del que ya se ha dicho casi todo, que se entretiene con estas cosas por bueno o por malo, que nos crea o que nos crea a nosotros y a otros muchos muchos con sus muchos muchos universos. Que se aburre. O que antes de crearnos no tenía tiempo para aburrirse.
Naturalmente, existe también la tentación de descubrir en nuestras pequeñas contingencias su mirada atenta y su cuidado, lo que nos excusa de esta humildad de la contingencia y nos ahorra de paso toda la teoría de las probabilidades. Y más, lo malo del principio antrópico y sus amenas variantes es que nuestra soberbia nos llega para comentar: “que esto es así, ya lo sabía yo con sólo ver lo que ha sido mi vida”, comentario que, bien mirado, refuta el principio y todos sus corolarios adventicios.