lunes, diciembre 27, 2010

Ceceantes culebrones

A veces me planteo tareas como si éstas ya estuvieran acabadas en algún reino más allá del horizonte de las focas (beyond the seal, que diría Groucho, o era Chico, o daba a entender Harpo), y se constituían intemporales casi, como si el orden cronológico fuera un mero añadido perteneciente al mundo proyectado de las sombras y otros solapamientos.
Otras veces, me sumaba a las particiones vulgares pero que gozaban del prestigio subsidiario y políticamente peligrosos de la lírica atribuida a las profesiones más humildes, como si sus trabajos se recompensasen con el side-effect de unas redondillas que alterasen el curso de los astros y otras geodésicas del caminante en el difícil puerto nevado: rimará de la suerte que yo rimo.
Mis planteamientos valían más que mis logros, pero nunca me pagaron por ninguno de aquéllos. Con lo que si me gano la vida por mis logros, he logrado engañar a más de uno.

Tomado de Christopher Ballon, De  echarla que ruede, Montevideo, Los libros del comodoro capcioso, 1987.

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