Cuando aprendemos a leer, nos olvidamos de hablar. Pero antes del alfabeto y de la escritura alfabética, el lenguaje goza de una estimable simultaneidad, está menos secuenciado de lo que piensa cualquier sujeto lector.
Algunos maestros son - quizá sin saberlo- partidarios de los ideogramas, de unos símbolos que se componen por mera proximidad, no por sus relaciones según un eje (función casi sólo del tiempo. Función invertible: ese eje produce el del tiempo, dirá alguno ) que los ordena. Lo son a favor de la observación anterior.
Algunos maestros son - quizá sin saberlo- partidarios de los ideogramas, de unos símbolos que se componen por mera proximidad, no por sus relaciones según un eje (función casi sólo del tiempo. Función invertible: ese eje produce el del tiempo, dirá alguno ) que los ordena. Lo son a favor de la observación anterior.
La escritura alfabética nos parece, en general, bien secuenciada porque los segmentos que debemos considerar para descifrar un segmento menor están muy estrechamente acotados. Es el caso del español, algo menos lo es del inglés o el francés. Pero el aprendiz se rebela ante la secuenciación. Su perseverancia en el error, su reluctancia a la adquisición del automatisno se nos aparece como una lengua primordial y una conciencia que toma las unidades lingüísticas a puñados, cosa ésta última que diría algún fenomenólogo por la mañana.
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