miércoles, octubre 25, 2006

Frederico

Hoy me he levantado nietzscheano. Más exactamente, me he puesto nietzscheano al lector el correspondiente capítulo de la Historia de la crítica moderna de Wellek. En homenaje al mito del ergódico retorno, lo he leído unas cuentas veces en estos últimos quince o veinte años o qué sé yo cuántos (¿cómo contarlos desde la hipótesis aludida, una vez que ha pasado mucho tiempo, o sea nada?).
Wellek gusta de salpicar sus estudios de citas de apariencia inconexa, como si oyéramos una orquesta sinfónica con los ojos. Aplica el tratamiento con especial fruición a gente como Nietzsche o como Coleridge, flor de incoherencia.
De Nietzsche hoy nos quedamos con el estructuralismo dionisiaco, que diremos. Fíjese el lector en que las oposiciones binarias parecen, sobre todo, una prefiguración hiperapolínea del AutoCAD. Pero la oposición entre apolíneo y dionisíaco es una barra dionisíaca, un tirso que brota y que gotea un vino –para qué nos vamos a engañar– que está picado.

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