Las cartas bífidas de algunos restaurantes nos muestran cómo el mundo y sus habitantes precisan cada vez más no sólo de nombres más y más largos, sino de nombres que sean descripciones en que menudeen las más variadas preposiciones. Me refiero a esos restaurantes que junto a la carta tradicional (patatas con chorizo, bacalao a la vizcaína, etc.) ofrecen una alternativa, moderna, nueva, o como se llame.
Ésta última está poblada de interminables denominaciones, a veces tan definidas como para comenzar por el artículo o el posesivo y esto afecta también a la primera cocina, la que damos por conocida ("los caparrones con su oreja y su chorizo"). En cualquier caso, se las ve el voluntarioso comensal con verbosidades que opta por resumir ante el lingüista o antropólogo que anota la comanda, una vez que ya todo es redundancia en el contexto de la carta de que se trate.
Y curiosamente, la individualización (la de la cocina de ese restaurante) no es muy eficaz cuando el término sobrepasa un número más bien bajo de palabras. Sabemos que asistimos a una combinatoria que sólo tiene el significado de la yuxtaposición, no el de la especie.
Ésta última está poblada de interminables denominaciones, a veces tan definidas como para comenzar por el artículo o el posesivo y esto afecta también a la primera cocina, la que damos por conocida ("los caparrones con su oreja y su chorizo"). En cualquier caso, se las ve el voluntarioso comensal con verbosidades que opta por resumir ante el lingüista o antropólogo que anota la comanda, una vez que ya todo es redundancia en el contexto de la carta de que se trate.
Y curiosamente, la individualización (la de la cocina de ese restaurante) no es muy eficaz cuando el término sobrepasa un número más bien bajo de palabras. Sabemos que asistimos a una combinatoria que sólo tiene el significado de la yuxtaposición, no el de la especie.