De vez en cuando caemos en la tentación y adoptamos una perspectiva conductista en lo que hace al lenguaje. Paradójicamente, la tentación es mayor cuando se trabaja a gran escala. Son las grandes fórmulas, los modelos retóricos no para armar, sino ya armados, las que nos parecen respuestas absolutamente mecanizadas e innegablemente mecánicas, respuestas a los no menos mecánicos estímulos, dicho sea para completar el círculo.
La cosa llega a tal punto que, en ocasiones, la verdad nos parece, por su revestimiento retórico, sólo el servicio que presta el mecanismo solicitado. Puede ser el caso que la verdad ceda también al propio y gárrulo placer de quien repite la fórmula como si la acabara de engendrar.
La cosa llega a tal punto que, en ocasiones, la verdad nos parece, por su revestimiento retórico, sólo el servicio que presta el mecanismo solicitado. Puede ser el caso que la verdad ceda también al propio y gárrulo placer de quien repite la fórmula como si la acabara de engendrar.
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