Atrasados en la escuela, algunas veces sus juegos en soledad –o en la compañía de no sabemos qué gigantomaquias- nos admiran y deseamos que alguien nos traduzca la épica colosal que intuimos. Esos mismos niños no han sabido graduar la conversación que les habría de conducir a habilidades y conocimientos pautados, sencillos como ellos solos, elementales como si hechos de palotes.
Hasta que finalmente sus historias son una espiral en que se va cerrando su mundo, en una obsesión de la que sólo cabe esperar que les rescate otra.
Hasta que finalmente sus historias son una espiral en que se va cerrando su mundo, en una obsesión de la que sólo cabe esperar que les rescate otra.
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