Supongamos que estamos engañados. Que no hablamos. Que los sonidos que salen de nuestras bocas son un ruido de falsa complejidad, que el significado es una pesadilla acompañada de una mala digestión, que seamos máquinas de pensar que pensamos y por tanto existimos, convencidos por una retórica cartesiana, o eso creemos porque la calidad de la retórica es también una ilusión.
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