Como citamos de memoria, sustituimos el topónimo por una X. El periodista cita a un alcalde:
"El ayuntamiento de X. ha actuado siempre dentro de la más estricta legalidad", confiesa el alcalde de esta localidad.
"El ayuntamiento de X. ha actuado siempre dentro de la más estricta legalidad", confiesa el alcalde de esta localidad.
El alcalde nos deja su enunciado para que hagamos la comprobación tarskiana: "[p] es verdad si p", o conversamente, que ahora no hilamos muy fino, y si no nos metemos en haciendas y en semánticas, nada habremos de pedirle al alcalde. Pero el periodista dice que el alcalde confiesa. El lector piensa en "declara", "señala", "asegura". Considera inadecuado que se confiese algo virtuoso: "Padre, me acuso de haberme gastado el dinero en dárselo a las pobres". Como no se aclara de qué pobres se trata, el confesor deberá inquirir más cercanamente en busca de precisiones. Sin embargo, sólo permitiríamos por dudosa paradoja algo así como "Padre, confieso cumplir con todos los mandamientos y preceptos de la Ley de Dios, de la Iglesia, etc." La neutralidad ética o jurídica de lo declarado es más frecuente en el caso de la confesión de sentimientos o actitudes de un orden que no afecta a la moral: "Confesó que estaba enamorado de Paulina"; "confesó que bebía los vientos por los equipos entrenados por Javier Clemente", si bien éste último es caso errabundo y peor que excéntrico.
Con todo, observe nuestro lector que al afear así la panoplia performativa del periodista, adoptamos una condición del todo homóloga o estrechamente análoga a la del gramático normativo, figura que no ha perdido su nunca desmentido interés televisivo y que se halla a cargo de una tarea sinuosa y arriesgada: entre la scila de las tildes y el caribdis de las comas.
Pero al gramático normativo ha de acompañar el gramático positivo, que ha de explicar, describir o consignar. Y tal vez a los dos en comandita corresponda elucidar la causa de los errores o, incluso, descubrir que éstos eran en algún caso sólo aparentes. Que el hablante en su laberinto no erraba.
Y nosotros hemos supuesto un decálogo que, al menos en su detalle, no presupusieran ni alcalde ni periodista. Antes al contrario. Muy brevemente, que con fidelidad y exactitud haya consignado el periodista la confesión del alcalde.
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