Los errores constituyen grandes aciertos. Saber recomponerlos en una galería que, a su vez, acierte en el error, no es arte que pueda aprenderse en dos días o en dos años.
Y todo esto vendrá a significar que no todos los errores son iguales y que los errores mostrados dejan de ser errores, pero se trata de que su ostensión sea también un error. Y si no, no se acierta.
Es situación parecida a la que se da en aquellos que evitan en sus discursos la voz "España" y la sustituyen por "el Estado" o "estado español". Es el predicado lo que las acaba por constituir. Así, podrán decir, contra su costumbre, que "no hay tal cosa como España", pero en este caso no podrán sostener que "no hay tal cosa como el estado español", realidad que suelen encontrar demasiado contundente. Y esto es porque el término sujeto ya contendría algo así como una predicación interna, implícita, que debe acabar de afirmarse en el predicado adjunto y externo, y que no es ajena a toda una, por más que pordiosera, ontología.
En el caso de los errores la situación es incluso más complicada porque debemos acertar errando y al errar seguir errando, lo que es un acierto para el que no es fácil hallar ontología, sustento, relato o un simple modo de decir.
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