El monólogo nace de la atención de los muchos, de la audiencia. Pero el monólogo contorsionado metafísicamente (el ruido de la hoja o el tronco que caen en el bosque desierto) nos conduce directamente a la estación de los supuestos monólogos perdidos.
Pero estas aventuras metafísicas nos muestran también el carácter de límite de la propiedad reflexiva o su aterrizaje panzudo en la metafísica.
Que los espejos reflejen es otra cosa. Los espejos no conocen ojos, ni ojos cuyas visuales sean normales al espejo. Lo que hacen los espejos es más bien mostrarnos a otros. A nosotros en el límite de los noventa grados, y tampoco podemos estar muy seguros.
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