Lo que decimos es una lluvia de flechas que nuestro interlocutor lanza al azar sobre su pedazo de mundo (¿o las hemos lanzado nosotros?). Se fijarán a objetos no del todo predecibles, que quizá lleven engachados otros. O esas palabras arrastrarán otras palabras, restos, imágenes que algun día veneraremos con la superstición tonta que arrastra la palabra daguerrotipo. No importa que las flechas estén todas melladas.
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