La consideración de otros lenguajes complica la idea de lenguaje hasta lugares donde uno ya no sabe muy bien cómo se entiende: la idea y con la vecina. Quizá por ello –pero seguramente no sólo por ello- es perpetua y recurrente la tentación de la simplicidad prístina, de asegurar para el lenguaje las más sospechosas de las metáforas: desde el claro manantial a la luz del mediodía. O, en su caso, las que nieguen su fiabilidad: máscara, frontera, y sus cuñadas.
O, más allá, la idea de la disolución: Habrá gramática y habrá otras cosas, pero lenguaje no hay, no es una pintura del mundo, ni es mundo, ni está cerca ni está lejos, en otras palabras (¡qué remedio!), que es una idea de la sinrazón.
O, más allá, la idea de la disolución: Habrá gramática y habrá otras cosas, pero lenguaje no hay, no es una pintura del mundo, ni es mundo, ni está cerca ni está lejos, en otras palabras (¡qué remedio!), que es una idea de la sinrazón.
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