Existen las lenguas del verano. La declinación invasora que renueva los accidentes de nuestros adjetivos y la raíz más profunda de los nombres. Por su parte, los pronombres son muy distintos en el verano. Cuestión de latitud, aunque eso no lo explica todo. "Ellos" en julio y en agosto no sólo amplia su su denotación. Sobre todo, ha cambiado la distancia que guarda con respecto a un "nosotros" que también ha cambiado. ¿Y qué decir de "fresco" o de "frío" o de "calor" por si quieren más pruebas? En verano, la sintaxis tiende a la yuxtaposición y a una peculiar raza de supresiones. La elipsis se enseñorea por horas del lenguaje y de las lenguas. No daré detalles.
La bulla matutina de los pájaros, la heterogénea bulla vespertina (¡Cómo les gusta a los pájaros que su árbol sea El hotel de los líos!), es tan distinta en el verano como son diferentes los continentes, como lo eran cuando aún los hombres no habían agrupado las parciales tierras en la compacta África o en la compacta Asia.
Como la de los pájaros, nuestra fonética trabaja con un gas atento a los rayos del Sol. Sobre las láminas de agua se reflejan las voces como espejismos literarios. Llegamos a la piscina como folkloristas de nosotros mismos, nadaremos media piscina en un estilo mariposa con clara vocación semiótica: esto fuimos, frágiles como bañistas. Las cosas que sucedieron en el pasado, las voces de gentes ya tan lejanas sobre el fondo de las lejanas voces.
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