El adjetivo verdadero tiene una especie de virtud antifalsacionista. Cuando se dice de algo o alguien que “ésa [la que vemos] no es su verdadera cara” o que “no conocemos la verdadera naturaleza de X”, podemos hacerlo en nombre de un escepticismo razonable o en nombre de la tesis contraria a la que se nos arguye: ocultamos la nuestra o la vigente y cargamos el peso del cambio de hipótesis a la inalcanzabilidad de los “verdadero”. Aquí ya señalamos algunas peculiaridades de “verdadero”, pero hoy nos llama la atención la astucia de un adjetivo que seguramente no es tal, desde el punto de vista lógico, conocido calypso.
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