Las versiones tradicionales de bien conocidas paradojas –pensemos en la del mentiroso: “Yo estoy mintiendo ahora”, “Yo soy un mentiroso”– pueden traducirse a un lenguaje autorreferencial en que se elimine del enunciado al enunciador: “Esta oración es falsa”. Digamos que pierden su aspecto pragmático y aparecen como aliñadas paradojas semánticas. Seguramente estaremos perdiendo un macuto por el camino o algún niño por el desagüe, pero vamos a dar por buena la traducción, esto es, la neutralización del sujeto hablante. Nótese que en esta paradoja, el hablante habla de lo que él hace como hablante.Echemos un vistazo a la siguiente oración (es una, aunque parezca dos):
”Existen dos clases de personas. Las que dividen a la gente en dos clases y las que no la dividimos en dos clases”.
Claramente, la siguiente versión es totalmente descafeinada:
”Existen dos clases de personas. Las que dividen a la gente en dos clases y las que no la dividen en dos clases”.
O incluso lo es una en que el “nosotros” fuera del bando divisor y entonces no nos causaría mayor divertimento. En este caso, en el del nosotros problemático, el enunciador habla de otras hazañas suyas que no se refieren a los enunciados que gentilmente profiere. ¿Cabe cancelar aquí al sujeto? ¿Es necesario?
Desde su título,“Paradojas pragmáticas”, esta nota habrá hecho pensar al lector en las diversas situaciones que se han denominado así, de Moore a Watzlawick pasando por paradojas que envuelven futuros contingentes y bien conocidas, o por paradojas que envuelven acción, de individuos u organizaciones, o bien acción y conocimiento. En no pocas ocasiones se denominan paradojas pragmáticas a las del tipo de la primera que hemos citado y que sólo se nos antojan versiones de paradojas semánticas (1). Volvamos pues, al caso de los divisores. De hecho, la propuesta está cerca de la clásica paradoja pragmática de Moore (“Llueve, pero yo no lo creo”): “Sé algo que desconozco o que niego," aunque también es posible reducir la paradoja propuesta a una contradicción insoluble: “Hago lo que no hago”, pero tal expediente es extremado porque, en todo caso, se tendría: “Hago lo que digo que no hago y lo hago al decir que no lo hago”, lo cual se puede intentar despragmatizar por asimilación a la mal llamada paradoja de Weyl o, más sencillamente, con la pretendida demostración de que esta última es ejemplificada por el simple enunciado "No miento al afirmar que dos y dos son cinco". Ahora bien, el lector comprobará que no es éste el caso (2).
Estas paradojas quizá apunten a una descarga del valor del contenido primero del enunciado y a una interacción complicada con el verbo modal, oblícua oblicuidad: “No creemos en estas paradojas, pero haberlas, haylas”. “No creo en la religión católica, que es la verdadera, ¿Cómo voy a creer en ésa?”, que parece decir -y quizá sea sólo retórica- de la católica que es una religión verdadera y no una verdadera religión, esto es, una religión como Dios manda. Y es que hay dos clases de paradojas, las que clasificamos en la primera clase y las que somos incapaces de clasificar.
Claramente, la siguiente versión es totalmente descafeinada:
”Existen dos clases de personas. Las que dividen a la gente en dos clases y las que no la dividen en dos clases”.
O incluso lo es una en que el “nosotros” fuera del bando divisor y entonces no nos causaría mayor divertimento. En este caso, en el del nosotros problemático, el enunciador habla de otras hazañas suyas que no se refieren a los enunciados que gentilmente profiere. ¿Cabe cancelar aquí al sujeto? ¿Es necesario?
Desde su título,“Paradojas pragmáticas”, esta nota habrá hecho pensar al lector en las diversas situaciones que se han denominado así, de Moore a Watzlawick pasando por paradojas que envuelven futuros contingentes y bien conocidas, o por paradojas que envuelven acción, de individuos u organizaciones, o bien acción y conocimiento. En no pocas ocasiones se denominan paradojas pragmáticas a las del tipo de la primera que hemos citado y que sólo se nos antojan versiones de paradojas semánticas (1). Volvamos pues, al caso de los divisores. De hecho, la propuesta está cerca de la clásica paradoja pragmática de Moore (“Llueve, pero yo no lo creo”): “Sé algo que desconozco o que niego," aunque también es posible reducir la paradoja propuesta a una contradicción insoluble: “Hago lo que no hago”, pero tal expediente es extremado porque, en todo caso, se tendría: “Hago lo que digo que no hago y lo hago al decir que no lo hago”, lo cual se puede intentar despragmatizar por asimilación a la mal llamada paradoja de Weyl o, más sencillamente, con la pretendida demostración de que esta última es ejemplificada por el simple enunciado "No miento al afirmar que dos y dos son cinco". Ahora bien, el lector comprobará que no es éste el caso (2).
Estas paradojas quizá apunten a una descarga del valor del contenido primero del enunciado y a una interacción complicada con el verbo modal, oblícua oblicuidad: “No creemos en estas paradojas, pero haberlas, haylas”. “No creo en la religión católica, que es la verdadera, ¿Cómo voy a creer en ésa?”, que parece decir -y quizá sea sólo retórica- de la católica que es una religión verdadera y no una verdadera religión, esto es, una religión como Dios manda. Y es que hay dos clases de paradojas, las que clasificamos en la primera clase y las que somos incapaces de clasificar.
Ejercicio: ¿Cómo sabemos que son dos clases y no una, tres o más?
(1) La cuestión tiene que ver con la identificación entre representación de la enunciación y autrorreferencia.
(2) Un ejemplo tramposo puede aprovecharse de un rasgo metalingüístico no semántico: "¡¡No estoy chillando!!"
3 comentarios:
esto no es paradoja pragmatica, es la paradoja semantica
esto no es paradoja pragmatica, es la paradoja semantica
"el conjunto de todos los conjuntos que no se contienen a sí mismos, se contiene a sí mismo?"
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