Los libros como combinatoria, a lo Borges y su babel bibliotecaria. Pero también los libros como símbolos arbitrarios y mudables. Una secuencia de signos que reclama cualquier otra. En el enjambre de la biblioteca, cada libro es el reclamo de cualquier otro, que nos ofrece su interpretación y su mejor sentido. Cada libro es cualquiera de los demás libros, pero no sabemos cuál en ese momento.
Tarea:
1. El segundo libro reclama un tercero, así ad infinitum.
2. Los libros de la biblioteca son libros de arena, incontablemente infinitos y con sus símbolos no sujetos a un orden. De hecho, el libro de arena no es sólo una sucesión infinita de símbolos de un alfabeto; no es sólo una sucesión análoga a un numero trascendente (irresumible, podríamos decir); no es sólo el cuerpo de los números reales. El libro de arena es el plano complejo (1). Como se ve, en este punto o no sabemos qué planteamos o si no estamos planteando nada.
3. Al contrario que el de arena, los libros de la Biblioteca de Babel constan de una sucesión finita de símbolos. Creo recordar que todos los libros constan de un número fijo de ellos (los libros menores acaban con una subsucesión de algún símbolo como el espacio hasta completar ese número). Si esos libros fueran de extensión infinito-numerable, un argumento diagonal nos mostraría la falta de alguno (no pocos, ciertamente) de ellos en la biblioteca. Con un número finito, tal argumento sería inaplicable. Sin embargo, podríamos llamar libro a una sucesión de libros que incluyese repeticiones. Con lo cual, se prueba que aprobar la acotación de los libros es, entre otras cosas, poco borgiano y menos de otros autores sí amantes de la desmesura mecanográfica. También es cierto que, si los libros fueran de longitud infinita deberían tener títulos de longitud infinita, los bibliotecarios no podrían clasificarlos, etc. etc.
Y lo que es peor, no los podría haber escrito nadie.
(1) Vio la nada de una radio que olvidó
un jugador de tute clandestino,
un libro de arena real, complejo, por fascículos,
el brazo de un campanero que perpetuo ronda
Tarea:
1. El segundo libro reclama un tercero, así ad infinitum.
2. Los libros de la biblioteca son libros de arena, incontablemente infinitos y con sus símbolos no sujetos a un orden. De hecho, el libro de arena no es sólo una sucesión infinita de símbolos de un alfabeto; no es sólo una sucesión análoga a un numero trascendente (irresumible, podríamos decir); no es sólo el cuerpo de los números reales. El libro de arena es el plano complejo (1). Como se ve, en este punto o no sabemos qué planteamos o si no estamos planteando nada.
3. Al contrario que el de arena, los libros de la Biblioteca de Babel constan de una sucesión finita de símbolos. Creo recordar que todos los libros constan de un número fijo de ellos (los libros menores acaban con una subsucesión de algún símbolo como el espacio hasta completar ese número). Si esos libros fueran de extensión infinito-numerable, un argumento diagonal nos mostraría la falta de alguno (no pocos, ciertamente) de ellos en la biblioteca. Con un número finito, tal argumento sería inaplicable. Sin embargo, podríamos llamar libro a una sucesión de libros que incluyese repeticiones. Con lo cual, se prueba que aprobar la acotación de los libros es, entre otras cosas, poco borgiano y menos de otros autores sí amantes de la desmesura mecanográfica. También es cierto que, si los libros fueran de longitud infinita deberían tener títulos de longitud infinita, los bibliotecarios no podrían clasificarlos, etc. etc.
Y lo que es peor, no los podría haber escrito nadie.
(1) Vio la nada de una radio que olvidó
un jugador de tute clandestino,
un libro de arena real, complejo, por fascículos,
el brazo de un campanero que perpetuo ronda
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