Los desafíos de mesa anteriores al ordenador y la invasiva informática doméstica nos devuelven, rescatados de una estantería, un tiempo ido y a un tiempo ido, y además probablemente idos.
La ergonomía de estos acertijos ha sufrido una mutación para desgracia de nuestras cervicales y del escafoides. Y también para la paradójica desgracia que viene a ser algún acceso de melancolía extemporánea, si se permite esta última redundancia.
La cuestión de verdadero interés es si las estrategias que vamos elaborando, en proporciones variables intuición y razonamiento representado, son las mismas ante el juego corpóreo y mal llamado plástico, por lo rígido de las piezas, y ante el juego en su versión informática y vertical. Si las ergonomías respectivas determinan ergonomías neuronales que divergen, suponemos, por los vericuetos impredecibles de nuestra sesera.
La ergonomía de estos acertijos ha sufrido una mutación para desgracia de nuestras cervicales y del escafoides. Y también para la paradójica desgracia que viene a ser algún acceso de melancolía extemporánea, si se permite esta última redundancia.
La cuestión de verdadero interés es si las estrategias que vamos elaborando, en proporciones variables intuición y razonamiento representado, son las mismas ante el juego corpóreo y mal llamado plástico, por lo rígido de las piezas, y ante el juego en su versión informática y vertical. Si las ergonomías respectivas determinan ergonomías neuronales que divergen, suponemos, por los vericuetos impredecibles de nuestra sesera.
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