Como ustedes bien recuerdan, a los revolucionarios les está todo permitido. No nos parece mal. Sus malas maneras son una cantidad despreciable en la balanza cuya decisión viene marcada por su grave plan de cambiar el mundo. Ninguna medida va con él. Es sabido también que comparten la legitimación de todos sus actos con una cofradía impagable a la que la historia absolverá.
Se entiende menos que, sin dejar pasar siquiera unos minutillos, el pálido camarada que ni quiere cambiar el mundo ni sirve para otra cosa, acuse la paja en los ojos de quienes no han ingresado en la cofradía y olvide la viga y la biga que aureolan al revolucionario como un recordatorio de su incapacidad para el error y otras flaquezas.
Se entiende menos que, sin dejar pasar siquiera unos minutillos, el pálido camarada que ni quiere cambiar el mundo ni sirve para otra cosa, acuse la paja en los ojos de quienes no han ingresado en la cofradía y olvide la viga y la biga que aureolan al revolucionario como un recordatorio de su incapacidad para el error y otras flaquezas.
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