sábado, noviembre 24, 2007

Rima y coincidencia

Los argumentos utilizados para convencer al vulgo de la inevitabilidad de las coincidencias y de la inevitabilidad de que las coincidencias nos parezcan extraordinarias no suelen detenerse en un fenómeno derivado de las colisiones semánticas que la rima ocasiona, y ello aunque el mismo Kolmogoroff llamase la atención sobre ello.
En efecto, es sabido que las necesidades de la rima imponen vecindades estrechas entre palabras que, descontada la similaridad fonética, seguirían por siempre alejadísimas. Como sabemos y como dijo Firth, el significado de una palabra son las palabras que se pasean con ella; así que no podemos evitar, cuestión de horror vacui, enlazar semánticamente tamarices con infelices, o sulfamidas con reunidas. O en un caso más exigente, embalses con vieneses valses.
Ahora, esta unión es, en ocasiones, el dato primario de la inconsciencia del lector y éste puede caer en el espejismo de preguntarse cómo es posible que ahí esté, que exista una luminosa conexión, evidentísima, que él no hubiera sospechado nunca –determinada y caprichosamente determinada por una necesidad perceptual o, mejor, intelectual– entre dos palabras como, por ejemplo, este mismo ejemplo y templo.

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