Seguimos cerca del río y nos llega la voz del animador y ahora nos dice que qué buena música y qué diversas las piezas entres sus intervenciones locuaces. Hubiéramos dicho que era la misma o, por lo menos, igual de insoportable en todos los casos. Es posible que hoy nuestro estado de ánimo (el que el animador no consigue animar) sea particularmente refractario, pero también es posible que quien nos habla a todos sea incapaz de conformarse con el hecho contumaz de que cada dos minutos la misma fanfarria apela al aturdimiento general. Resultado tal vez de sus propias palabras, que si hacen mella en nosotros, por lo que a él respecta son las de una mañana especialmente roma.
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