Que una máquina adivine lo que vamos a escribir es un hermoso rescate que nos libra de las brumas del reino de la libertad, donde nos han dicho que habitamos con la dignidad de un periodista deportivo. Yo prefiero que me adivinen los grupos de letras a que me adivinen las palabras, porque las letras, una a una, dos a dos, tres a tres, son todavía una geometría más cabalística que las meras palabras que los diccionarios gavillan y luego espigan en su lexicográfica ley de rendimientos bajo cero.
De hecho, gracias a estos instrumentos podríamos acabar antes las entregas de los blogs y, en último término, éstos podrían escribirse solos sin los ridículos y soberbios humanos que lanzan sus deposiciones, bit a bit, o byte o a byte. Después, leerse solos; o leerse unos a otros y hacerse de una vez humanos, demasiado humanos (una hipótesis para espíritus libres).
De hecho, gracias a estos instrumentos podríamos acabar antes las entregas de los blogs y, en último término, éstos podrían escribirse solos sin los ridículos y soberbios humanos que lanzan sus deposiciones, bit a bit, o byte o a byte. Después, leerse solos; o leerse unos a otros y hacerse de una vez humanos, demasiado humanos (una hipótesis para espíritus libres).
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