Sortear un número infinito de objetos de una colección infinita (póngase que numerable) es algo que parece bastante difícil, por ser suave. Imaginemos que no haya gramática y que el sorteo sea la realidad que determina a los hablantes. La lista de las frases ya dichas sería el comienzo siempre incrementado de los resultados de ese sorteo, que por otra parte no consta que nadie haya ido registrando. Su inasequible resultado final sería un lenguaje azaroso y sin posible gramática.
Sin embargo, la idea misma de lenguaje se resiste a este experimento demenciado. Es cierto que tenemos formalmente un lenguaje, pero nos cuesta casar la situación con lo que son las lenguas humanas. Es más, no podemos concebir el sorteo infinito. Piénsese que no podemos asignar probabilidades iguales a todas las frases. Si ajustamos un modelo, seguiremos sin tener el sorteo. ¿Y cómo sorteamos efectivamente con probabilidades infinitesimales? –Bueno, se dirá, póngase una gramática con pesos a funcionar. Es decir, que la misma gramática incluya el sorteo, pero esto es trampa, porque la gramática existirá y será finita. Incluso, no es lo mismo un sorteo con una asignación de probabilidades posible y no uniforme que uno con probabilidad uniforme y, en este caso, imposible.
Si abandonamos la mística de estos informales formalismos, nótese hasta qué punto la idea que nos hacemos de las lenguas pasa por la finitud de la gramática y por su negación, por la posibilidad de descripciones del lenguaje no tan complejas como todo el lenguaje, y por la antítesis que refutaría esa posibilidad. Y, como digo, esto sin entrar en exquisiteces formales.
Existe algo curioso con lo que se puede nombrar y no se puede construir. El lenguaje sobrepasa lo que nombra. Le pasa como al experimento del sorteo.
Sin embargo, la idea misma de lenguaje se resiste a este experimento demenciado. Es cierto que tenemos formalmente un lenguaje, pero nos cuesta casar la situación con lo que son las lenguas humanas. Es más, no podemos concebir el sorteo infinito. Piénsese que no podemos asignar probabilidades iguales a todas las frases. Si ajustamos un modelo, seguiremos sin tener el sorteo. ¿Y cómo sorteamos efectivamente con probabilidades infinitesimales? –Bueno, se dirá, póngase una gramática con pesos a funcionar. Es decir, que la misma gramática incluya el sorteo, pero esto es trampa, porque la gramática existirá y será finita. Incluso, no es lo mismo un sorteo con una asignación de probabilidades posible y no uniforme que uno con probabilidad uniforme y, en este caso, imposible.
Si abandonamos la mística de estos informales formalismos, nótese hasta qué punto la idea que nos hacemos de las lenguas pasa por la finitud de la gramática y por su negación, por la posibilidad de descripciones del lenguaje no tan complejas como todo el lenguaje, y por la antítesis que refutaría esa posibilidad. Y, como digo, esto sin entrar en exquisiteces formales.
Existe algo curioso con lo que se puede nombrar y no se puede construir. El lenguaje sobrepasa lo que nombra. Le pasa como al experimento del sorteo.