De los múltiples formatos, parece que encabeza la lista el que se funda en facilitar al oyente la debida interpretación de lo dicho según criterios de relevancia y según las coordenadas que dicta la situación, esto es, como si se hablase de lo que hay que hablar.
De hecho, el hablante provocador puede mantener, llegado el caso, que tal interpretación es la correcta. Pero siempre dispone del refugio de una literalidad que, despojada, apunta a otra cosa de la entendida. El provocador se arroga el derecho a elegir y cambiar de plataforma. Nótese que se trata también de una técnica de camuflaje, una jerga para iniciados y amigos, a salvo de la crítica o de la petición de responsabilidades, que nunca llegan cuando los argumentos para dirimir la cuestión son formalistas. Como si los demás fuéramos todos tontos.
De hecho, el hablante provocador puede mantener, llegado el caso, que tal interpretación es la correcta. Pero siempre dispone del refugio de una literalidad que, despojada, apunta a otra cosa de la entendida. El provocador se arroga el derecho a elegir y cambiar de plataforma. Nótese que se trata también de una técnica de camuflaje, una jerga para iniciados y amigos, a salvo de la crítica o de la petición de responsabilidades, que nunca llegan cuando los argumentos para dirimir la cuestión son formalistas. Como si los demás fuéramos todos tontos.
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