Hace unos días era un desconocido, pero a estas alturas se puede titular ya con el nombre de pila del chico muerto:
La Justicia condena al conductor que atropelló a Enaitz a pagar las costas de la demanda civil
Al otro protagonista de la triste historia no parece adecuado (y eso es algo que sabemos todos) obsequiarle con la cercanía de sólo el nombre. Y es que el propio, si se trata de resumir lo que pueda suceder cuando ya definitiva y socialmente se opta por su uso, apela a las relaciones entre padre e hijo. También a la metástasis de éstas, que es el paternalismo, rasgo bastante antipático cuando acompaña a la sorna, la ironía o el sarcasmo –y prescindiendo de lo antipáticos que los tales puedan ser ello solitos. Así, cuando Manuel Alcaraz Ramos escribe en El Correo acerca del frustrado letrista del himno español, éste es Paulino y solamente Paulino, quien además es un “cruce entre un personaje de Capra y un titán carpetovetónico”. Hay que notar también que nada más universal que el nombre propio pues el mismo Alcaraz señala que:
[Paulino] Podría ser el español medio por antonomasia y, en este sentido, el que más merecía el premio, pues su sentir conectaría con las almas necesitadas de cánticos.
Y si bien nos mantenemos a más que imprudente distancia de las posiciones en que Alcaraz parece situarse, reconocemos su notable aportación a la tesis de que el uso del nombre propio ayuda a que el individuo -español en este caso, seguramente por no poder ser otra cosa- sea nada menos que “el español medio por antonomasia”, media de la que se separarían los no necesitados de cánticos, pero sí de figurarse que están en alguna de las colas de una distribución tan campanuda como sus argumentos.
La Justicia condena al conductor que atropelló a Enaitz a pagar las costas de la demanda civil
Al otro protagonista de la triste historia no parece adecuado (y eso es algo que sabemos todos) obsequiarle con la cercanía de sólo el nombre. Y es que el propio, si se trata de resumir lo que pueda suceder cuando ya definitiva y socialmente se opta por su uso, apela a las relaciones entre padre e hijo. También a la metástasis de éstas, que es el paternalismo, rasgo bastante antipático cuando acompaña a la sorna, la ironía o el sarcasmo –y prescindiendo de lo antipáticos que los tales puedan ser ello solitos. Así, cuando Manuel Alcaraz Ramos escribe en El Correo acerca del frustrado letrista del himno español, éste es Paulino y solamente Paulino, quien además es un “cruce entre un personaje de Capra y un titán carpetovetónico”. Hay que notar también que nada más universal que el nombre propio pues el mismo Alcaraz señala que:
[Paulino] Podría ser el español medio por antonomasia y, en este sentido, el que más merecía el premio, pues su sentir conectaría con las almas necesitadas de cánticos.
Y si bien nos mantenemos a más que imprudente distancia de las posiciones en que Alcaraz parece situarse, reconocemos su notable aportación a la tesis de que el uso del nombre propio ayuda a que el individuo -español en este caso, seguramente por no poder ser otra cosa- sea nada menos que “el español medio por antonomasia”, media de la que se separarían los no necesitados de cánticos, pero sí de figurarse que están en alguna de las colas de una distribución tan campanuda como sus argumentos.
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