Las operaciones humanas no son conmutativas en general: Abro la puerta, giro el pomo, salgo, cierro la puerta. No abro la puerta, salgo, cierro la puerta, giro el pomo (que quedó dentro); por no hablar del orden de abrir y cerrar y entrar y salir. Además, según se entre o se salga, las otras dos operaciones pueden conmutar o no. Nótese que la conmutación no tiene por qué referirse únicamente a un resultado diferente, sino incluso a la posibilidad de la operación (en aprticular, si se mantiene la identidad dela gente, algo que se abstrae en los contextos matemáticos), aunque nos abstenemos de afinar (Piense el lector en la operación que consiste en sumar 50 a 100 para luego restar 125 en los números naturales; tenemos aquí un contexto del segundo tipo de conmutatividad del que hablamos).
Nuestro mundo está hecho de trinquetes sin marcha atrás. Reversibilidad e irreversibilidad dependen de las composiciones posibles de las piezas elementales de la teoría que manejemos. O de cómo desatornillemos o disgreguemos el pomo o la puera para hacer lo imposible, que viene a querer decir lo mismo.
En el lenguaje tenemos mecanismos operatorios que se mueven en un sólo sentido. Es decir, realizada la operación A no se puede hacer la operación B. Si hacemos de la irreversibilidad de este tipo el elemento fundamental de las operaciones ocultas del lenguajes, podríamos pensar también que, entre ellas, las más existosas serían las que eliminasen la mayor cantidad posible de información operativa a cada paso, aquella información que afectase a las operaciones, no la transmitida fonética o semánticamente sin más. Un minimalismo basado en las virtudes adaptativas de la irreversibilidad. To be continued.
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