El lector puede acudir a "El idioma analítico de John Wilkins" (Otras Inquisiciones) para no difícilmente averiguar de qué estamos hablando. Mostramos, pues, un ejemplar de la obra borgiana que acabamos de sacar de una bolsa o saco.
Borges insiste en la rigidez e inadecuación (su carácter caprichoso o delirante) de la ontología (una taxonomía de aspecto porfiriano) que sustenta o que se identifica con el idioma de Wilkins. Interesantemente, sugeriría también que a la empresa del obispo de Chester (Wilkins en alguna lengua analítica) no le dejaba de convenir la utilización de números en lugar de letras para su lengua, el más sencillo de ellos siendo el leibiniciano binario al que tan acostumbrados estamos en nuestros días y en nuestros reality bits. Menciona Borges a Descartes como autor de la observación de que precisamente con un sistema de numeración adecuado, podemos en un día aprender a representar todas las cantidades enteras. Descartes se refería al decimal. Humanamente nos cuesta trabajo manejarnos con el binario, como nos costaría con el sexagesimal. Podemos, no obstante, apuntar que habría de plantearse aquí la distinción entre una capacidad potencial y otra actual, pues aunque no se puede representar actualmente el infinito con un sistema de numeración, tampoco podemos actualmente representar cualquier cantidad arbitrariamente grande sin que nos muramos antes o, alternativamente, aprendamos otras formas de representación.
Esto nos lleva a nuestra conclusión por una vía real: no se trata sólo de que las lenguas a la Wilkins paguen un precio demasiado alto a la ontología que las ve nacer o que las nutre como un diccionario de piedra. No se trata sólo de que las palabras se obtengan según una combinatoria que no pueda recoger una infinidad numerable pero organizada lexicográficamente. No se trata de matices. No se trata de sólo la gramática y su especificación formal. Se trata de que no podríamos aprender esa lengua.
Si nos contentamos con pensar que todo lo que puede registrarse forma un conjunto numerable y, en el mejor de los casos, nos las arreglamos para que las oraciones más cortas sean las más probables, las habrá -y muy largas- que correspondan a hechos de probabilidad tan pequeña como se quiera o necesite. Pero deberíamos aprenderlas porque el idioma a lo Wilkins no permitiría un enunciado como "ha sucedido el único hecho del universo con probabilidad igual a 1 partido por 10 elevado a cincuenta mil millones". Naturalmente, no podríamos asignar estas probabilidades, pero es igual porque tampoco podríamos decirlo nunca.
El mero español, el besugo samoyedo funcionan porque se despegan de cualquier ontología y porque no tenemos ninguna que actualmente nos importe demasiado. Observe, por cierto, el lector, que en la presentación de Borges, la ontología de Wilkins clasifica pero no tiene axiomas. No es la aritmética, pongamos por modelo. Esto tiene que ver con la aparición de modelos numerables, difícilmente accesible a través de la mera taxonomía.
De todas maneras, las lenguas humanas cuentan con una ventaja fundamental. Lo que se dice con ellas no significa absolutamente nada. O quizá, le falte algo todavía para llegar a no significar nada. Pero yo no voy a seguir escribiendo.
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