En El correo, el catedrático y académico de la vasca, Henrike Knörr reclama (Euskera y elegancia) la mayor elegancia del el euskera, caracterizado por tal pero -al parecer y, por ello, también la echa de menos- más bien en su pasado.
Pues comienza con el pretérito perfecto su discurso sobre la elegancia, "[e]legancia que ha sido norma general en nuestra literatura, y en todo el pueblo, independientemente del dinero o el poder de cada cual. Norma general y ejemplo a seguir. Certeramente dijo Kirikiño (1866-1929) que el euskara debía llevar sombrero."
Inmediatamente, añade Knörr que "[e]sta elegancia es la que nuestra lengua necesita." O sea -según indicamos-, que la ha perdido, o no la tiene toda, si bien parece ser que lo que verdaderamente necesita es la necesidad misma: "A menudo se habla de que el euskara debe ser obligatorio. Yo preferiría que fuera necesario. Y necesario para vivir y sentirse persona humana en este país, y allí donde haya gente vasca." Tras otros raciocinios, concluye nuestro autor con unas consideraciones sobre la que sería más pureza que elegancia:
Poesía, elegancia. Y mucho trabajo individual y colectivo. El euskara no puede ser euskañol ni franvasco. Estemos abiertos a todos, pero cuidando nuestra riqueza. Ya ha empezado, por ejemplo, esa idiota tormenta de Zorionak por todas partes. Pero Zorionak es un castellanismo como una catedral, traducción servil de 'Felicidades'. ¿Basta! Felicitémonos en los próximos días navideños con 'eguberri on'. En los cumpleaños digamos 'urte askotako' o 'anitz urtez'. Y si alguien merece nuestro elogio, digamos 'bejondeizula' o 'goresmenak'. A cada lengua lo suyo. Con elegancia. Con respeto.
La norma como fantasma y fantasma de nosotros solos. No extraña el desvelo de un filólogo por la preservación de una norma que no discutiremos, y nos causa admiración (no diremos de qué clase) que se plantee tan titanesca tarea, situado el vasco como está entre lenguas fagocitadoras. Tarea facilitada, eso sí, por su más bien burdo cambiazo de lo que, en términos kantianos, debía ser reino de la libertad por reino de la necesidad: O esukera o simio, se diría que es la ensoñación de Knörr. Ensoñación sin la cual, la elegancia por la que suspira se nos antojaría sólo tenuemente provinciana, isidril, pero que no pude dejar de sonarnos a otros ecos que, sin duda, estarán muy distantes de los espejos donde quiere mirar tan ilustre lingüista el futuro de la lengua vasca.
Pues comienza con el pretérito perfecto su discurso sobre la elegancia, "[e]legancia que ha sido norma general en nuestra literatura, y en todo el pueblo, independientemente del dinero o el poder de cada cual. Norma general y ejemplo a seguir. Certeramente dijo Kirikiño (1866-1929) que el euskara debía llevar sombrero."
Inmediatamente, añade Knörr que "[e]sta elegancia es la que nuestra lengua necesita." O sea -según indicamos-, que la ha perdido, o no la tiene toda, si bien parece ser que lo que verdaderamente necesita es la necesidad misma: "A menudo se habla de que el euskara debe ser obligatorio. Yo preferiría que fuera necesario. Y necesario para vivir y sentirse persona humana en este país, y allí donde haya gente vasca." Tras otros raciocinios, concluye nuestro autor con unas consideraciones sobre la que sería más pureza que elegancia:
Poesía, elegancia. Y mucho trabajo individual y colectivo. El euskara no puede ser euskañol ni franvasco. Estemos abiertos a todos, pero cuidando nuestra riqueza. Ya ha empezado, por ejemplo, esa idiota tormenta de Zorionak por todas partes. Pero Zorionak es un castellanismo como una catedral, traducción servil de 'Felicidades'. ¿Basta! Felicitémonos en los próximos días navideños con 'eguberri on'. En los cumpleaños digamos 'urte askotako' o 'anitz urtez'. Y si alguien merece nuestro elogio, digamos 'bejondeizula' o 'goresmenak'. A cada lengua lo suyo. Con elegancia. Con respeto.
La norma como fantasma y fantasma de nosotros solos. No extraña el desvelo de un filólogo por la preservación de una norma que no discutiremos, y nos causa admiración (no diremos de qué clase) que se plantee tan titanesca tarea, situado el vasco como está entre lenguas fagocitadoras. Tarea facilitada, eso sí, por su más bien burdo cambiazo de lo que, en términos kantianos, debía ser reino de la libertad por reino de la necesidad: O esukera o simio, se diría que es la ensoñación de Knörr. Ensoñación sin la cual, la elegancia por la que suspira se nos antojaría sólo tenuemente provinciana, isidril, pero que no pude dejar de sonarnos a otros ecos que, sin duda, estarán muy distantes de los espejos donde quiere mirar tan ilustre lingüista el futuro de la lengua vasca.
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