En El País de hace dos días se nos informa de los últimos acontecimientos sociales y políticos y de curiosas iniciativas en torno a la palabra 'nigger', que se une, sucede o antecede a otras como 'negro', 'black', 'colored', 'African-American' y las que vengan.
Barbara Celis, quien firma el artículo, informa de las iniciativas para eliminar del uso este vocablo, iniciativas que parecerían establecer, con beneficio para las segundas, la diferencia entre las intenciones de hablante y oyente, por un lado, y las que podrían denominarse intenciones patrimoniales o históricas (supuestamente) del inglés americano, por el otro. Curiosamente, para poner en situación a sus lectores hispanohablantes la periodista sugiere que la equivalencia sería 'negrata', lo cual parece bastante dudoso porque, entre otras cosas, éste es término de más breve historia en nuestra lengua o en sus alrededores que 'nigger' en la inglesa. No es nada grave la sugerencia porque se le añaden informaciones contextuales que apuntan directamente a la distinción que hicimos más arriba:
El problema principal es que la comunidad negra la utiliza constantemente. Los niños se llaman nigger entre ellos -con el mismo uso coloquial que se le da en España a tío o colega- porque lo escuchan en las canciones de rap o en las películas. "Las connotaciones históricas que tiene la palabra son terribles y ellos las desconocen, y los adultos negros deberíamos ser los primeros en rechazar el término", explicó a este diario Kovon Flowers, fundador de la web www.abolishthenword.com, quien ha trabajado para conseguir una resolución que, no obstante, no conlleva ninguna penalización contra quienes la incumplan. La iniciativa ha sido aplaudida por líderes negros como Al Sharpton, quien siempre ha acusado a los jóvenes negros que dicen nigger de autosabotearse.
Limitémonos a anotar que estas posiciones conceden gran valor a las palabras o, mejor, se lo restan a sus hablantes actuales. No se trata de que no estén en lo cierto. Las estructuras ideológicas y semánticas, aun las de carácter connotativo, son objetivas, si bien contingenes y mudables. Es posible que cada vez que un negro utilice el palabro, mucha gente se sienta mal y se desencadenen otros males objetivos sobre Brooklyn -de donde proceden las iniciativas reseñadas- y sobre el resto del mundo. Pero lo cierto es que planear tal cosa como posible nace de una concepción del lenguaje y de su uso según la cual siempre habrá un resto de un mundo anterior en el que ahora habitamos, que nos tendrá siempre sujetos a través de significados que alguien se empeña en preservar congelados, como entonces, no superados, no vencidos, no convertidos en una descreída pero prudente oración, sino constituidos permanentemente en inhumana blasfemia.
Barbara Celis, quien firma el artículo, informa de las iniciativas para eliminar del uso este vocablo, iniciativas que parecerían establecer, con beneficio para las segundas, la diferencia entre las intenciones de hablante y oyente, por un lado, y las que podrían denominarse intenciones patrimoniales o históricas (supuestamente) del inglés americano, por el otro. Curiosamente, para poner en situación a sus lectores hispanohablantes la periodista sugiere que la equivalencia sería 'negrata', lo cual parece bastante dudoso porque, entre otras cosas, éste es término de más breve historia en nuestra lengua o en sus alrededores que 'nigger' en la inglesa. No es nada grave la sugerencia porque se le añaden informaciones contextuales que apuntan directamente a la distinción que hicimos más arriba:
El problema principal es que la comunidad negra la utiliza constantemente. Los niños se llaman nigger entre ellos -con el mismo uso coloquial que se le da en España a tío o colega- porque lo escuchan en las canciones de rap o en las películas. "Las connotaciones históricas que tiene la palabra son terribles y ellos las desconocen, y los adultos negros deberíamos ser los primeros en rechazar el término", explicó a este diario Kovon Flowers, fundador de la web www.abolishthenword.com, quien ha trabajado para conseguir una resolución que, no obstante, no conlleva ninguna penalización contra quienes la incumplan. La iniciativa ha sido aplaudida por líderes negros como Al Sharpton, quien siempre ha acusado a los jóvenes negros que dicen nigger de autosabotearse.
Limitémonos a anotar que estas posiciones conceden gran valor a las palabras o, mejor, se lo restan a sus hablantes actuales. No se trata de que no estén en lo cierto. Las estructuras ideológicas y semánticas, aun las de carácter connotativo, son objetivas, si bien contingenes y mudables. Es posible que cada vez que un negro utilice el palabro, mucha gente se sienta mal y se desencadenen otros males objetivos sobre Brooklyn -de donde proceden las iniciativas reseñadas- y sobre el resto del mundo. Pero lo cierto es que planear tal cosa como posible nace de una concepción del lenguaje y de su uso según la cual siempre habrá un resto de un mundo anterior en el que ahora habitamos, que nos tendrá siempre sujetos a través de significados que alguien se empeña en preservar congelados, como entonces, no superados, no vencidos, no convertidos en una descreída pero prudente oración, sino constituidos permanentemente en inhumana blasfemia.
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