Supongamos que las fichas del juego recompongan la frecuencia de las letras en el léxico de la lengua en que se va a jugar. Eso es más adecuado que la frecuencia en su uso, pues puede suceder, por ejemplo, que los signos más infrecuentes allí, sean particularmente infrecuentes acá.
Con todo, tal medida puede que no facilite el juego. Si suponemos que así sucede, la primera hipótesis tendría que ver con la selectividad de nuestra memoria, con la memoria preferencial de las formas salientes por relativamente raras.
Considere el lector también las hipótesis estructurales. Si la letra más frecuente se esparce al azar sobre el tablero, eso no garantiza que se faciliten combinaciones que impliquen más de una palabra, lo que quizá se relacionase con el hecho -clamorosamente hipotético, piedra sobre piedra- de que las letras más frecuentes (y puede que por mera flexión) no se distribuyeran tan al azar dentro de las palabras como las menos frecuentes. Nótese que en ambos casos lo que llamamos azar es una apariencia, más o menos azarosa y azorada, de azar.
Con todo, tal medida puede que no facilite el juego. Si suponemos que así sucede, la primera hipótesis tendría que ver con la selectividad de nuestra memoria, con la memoria preferencial de las formas salientes por relativamente raras.
Considere el lector también las hipótesis estructurales. Si la letra más frecuente se esparce al azar sobre el tablero, eso no garantiza que se faciliten combinaciones que impliquen más de una palabra, lo que quizá se relacionase con el hecho -clamorosamente hipotético, piedra sobre piedra- de que las letras más frecuentes (y puede que por mera flexión) no se distribuyeran tan al azar dentro de las palabras como las menos frecuentes. Nótese que en ambos casos lo que llamamos azar es una apariencia, más o menos azarosa y azorada, de azar.
1 comentario:
Azorado azar. Era tiempos sin televisión -o en casa aún no se habían hecho con una-. Recuerdo que mi madre confeccionó ella misma una versión sureña del Scrabble, que allí se llamaba Dilema, y, con los amigos, padre y madre se reunían a jugar al tal Dilema, bien pertrechados con un malísimo vino blanco, y una lenguaraz charla para adobar el curioso destino de ese juego.
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