Raquel Martín propone el carnet de famoso. La concurrencia se divide. Los unos apuntan a la naturaleza paradójica del invento: si se es famoso, para qué el carnet. Otros subrayan: para qué un carnet de suyo intransferible. En la era del acceso no hay otro placer que el de colarse.
Una buena parte indica que se trata más bien de una redundancia, pero no se ponen de acuerdo sobre su geometría, sobre si es elíptica o hiperbólica.
Los molinos de viento muelen el viento y los de agua la laminan, concluyen otros más poéticos por los márgenes de la reunión. Lessing en Tres Aras sustituye carnet por parábola. Aquí no sacrificamos más que pan y vino, protesta un doctrino descreído. Un día de campo. Ebro arriba, la gente se arremolina y exige una cédula de fama colectiva. StrongLight empieza otra vez a contar cómo se le rompió el cuadro de la bicicleta poco antes de llegar a Assa. StrongLight toda su vida fue Stromlin, y tal vez tuvo que huir de Odessa. Un Jueves Santo de campo. Algunos empiezan a subirse al árbol de Porfirio y mueren enredados en las lianas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario