Si se nos permite, no sólo hay expresiones fuertes, pregnantes, sino también palabras fuertes, pregnantes, que comunican su energía a un discurso o a una en otro caso modesta frase. O incluso comunican toda su forma final y global a una intervención que se hubiera quedado desganada o raquítica, lacia, reseca.
Una idea, como se ve, que puede dar lugar a una teoría absurda enjaretada al modo de antiguas teorías de la forma. Pero si comenzamos por decir que la fuerza de esas palabras es su aura seminalis, seremos, al modo del publicitario, contrabandistas de un ejemplo autonímico, que quizá retrase la inminentísima ruina -la ruina preformada ab origine- del aborto de teoría al que apuntábamos.
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