Las palabras que la rima u otros compromisos formales aproximan erigen monumentos de un inesperado bronce semántico. Las vecindades sintácticas sólo las toleramos a un precio de sentido que ciertamente no nos exige demasiado esfuerzo. Otra cosa es que siempre nos quedemos contentos. ¿Es el lector más fiel de poesía el memorista más hábil (¿encontraremos alguna correlación?) o acaba ineluctablemente por disolver los lazos semánticos en la esquemática música de la aliteración, de la rima? Los colores de las palabras, la claridad de los sintagmas, una estrofa que es un claro del bosque en que los rayos del sol hacen crecer la hierba hasta las rodillas. Pero…
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