miércoles, junio 07, 2006

General Dynamics

“Para no interrumpir la dinámica de las clases, se ruega que, si desean hablar con los profesores, concierten una cita, etc., etc.”
Comenzamos otra vez: “Para no interrumpir las clases, etc., etc.” Ahora bien, todos coincidiremos en que no es lo mismo interrumpir la dinámica de las clases que interrumpir las meras clases. El prestigio de las expresiones, un majestuoso significado gaseoso que las acompaña y les abre paso, o les abre paso y les acompaña, por ese orden, es uno de los componentes más extraordinarios no del lenguaje sino del pensamiento. ¿Qué sería el pensamiento sin esos gases rarefactados pero extraordinariamente influyentes? Pues algo así como los Principia Matemática o algunas otras lecturas veraniegas que ya habrá disfrutado el lector y cuya mención explícita me ahorro.
Por eso, la denuncia generalmente autosatisfecha de la redundancia marra el blanco con estrépito y por mucho. Lo que importa es precisamente la redundancia, es decir, si se busca o necesita una redundancia –o la redundancia, así en general–, la redundancia no podrá ser redundante. Al menos, hasta que los fragmentos de discurso se repliquen por millones con la polimerasa de la microimitación. Que las clases se interrumpan más o menos con la inclusión de la cadena “la dinámica de” es algo que dejamos al empírico, y que compruebe de paso la eficacia performativa de lo mayestático.
Aunque también están los que pueden empeñar un gesto y una dicción dignas en explicar que efectivamente la dinámica de las clases como objeto susceptible de interrupción se trata de algo muy diferente de una clase, que es cosa de maestros o profesores. Para las sutilezas, vienen los pedagogos.

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