Calificar es un juguete curioso. El adjetivo nos dice posibles verdades, objetivas, neutras: “El cielo es azul”. Con los sustantivos se da una cierta desviación: “Es un estadista”, “parecía un piloto”. En cualquier caso, él es un estadista o el otro parece un piloto. El juego del elogio supone además muchos presupuestos que pueden aclararse o no. Que sea bueno ser un estadista, o que sea mejor que ser, pongamos, un hombre de o del partido, pues será el caso. Que parecer un piloto sea la suprema cota de lo cabal náutico, pues será. Conrad, por cierto, añadía algún comentario, aunque no tanto por vía de la inefabilidad, de las unspeakable qualities, como por la de añadir el marco de referencia desde el que se califica: “He resembled a pilot, which to a seaman is trustworthiness personified.”
Es un borracho, es una folkórica (imagínese dicho de un varón), es un músico de estudio. Para nosotros, es algo personificado, seguro, pero no sabemos qué.
Es un borracho, es una folkórica (imagínese dicho de un varón), es un músico de estudio. Para nosotros, es algo personificado, seguro, pero no sabemos qué.
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