Es una perdida de tiempo seguir hablando de España. España no existe. Esto son nombres; de universales y los universales no existen. Los colectivos no existen, son nombres. España no existe, Cataluña no existe, Euskadi no existe.
O algo así, recogido de una radio que entrevista a un conocido profesor. Seguramente, el liberalismo no debería descender a filosofías tan atróficas, pero los liberales son unos más iguales que otros. Los que parecen sostener y dicen estas cosas forman un colectivo. Los colectivos no existen, por tanto si alguien pertenece a tal colectivo, pertenece a un colectivo inexistente, valga la redundancia. Los universales, que son otra cosa, tampoco existen por lo visto. Los colectivos de células no existen, y además célula es un universal. Estas derivas austriaco-peruanas del nominalismo si son algo son sólo el más irracional de los idealismos: Miseria filosófica en busca de conciencias más bien incorpóreas que son los garantes únicos y últimos de un individualismo petardológico, individualismo innecesario a todos los efectos –y además ilusorio– que se disuelve como un azucarillo en el agua. Como no digo qué azucarillo, el símil no existe. Y en cuanto al agua, qué agua digo. Se lo preguntaremos a Quine o a cualquier otro filosofo que propenda al nominalismo. Igual todos nos dan la misma respuesta, deshonesta como una proposición o deshonesta como una sentencia ocurrente.
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